Gegen die Wand

Pues sí, soy infeliz ¿qué quieres que te diga...?
pero ¿quién coño es feliz?.

No he tenido nada de lo que esperaba. Ni un vestido blanco, ni una iglesia llena de sonrisas, ni un monstruo cuellicorto que tirara de mis faldas que me llamara mami, y al que me entraran ganas de estrangular a cada rato. No he tenido más excursiones a montañas, ni sexo desenfrenado, ni te quieros de verdad, mientras me comían ninguna de mis dos sonrisas. Nunca. Tengo una casa, abrazos, punto y un jardín en el que crece todo. Muerdo una ciruela, la escupo y crece un árbol, se me cae una pepita del plato por levantarme rápido y si me giro hay una planta, me saco la tierra de las uñas después de arañarla durante dos horas enteras y de ponerme la cara negra por puritito gusto, y me encuentro con raices debajo del trasero al levantarme, tengo la boca, el culo y las manos verdes, como mi abuela que estornudaba por su alergia a cada rato, pero nunca dejó de cuidar sus margaritas y sus tréboles.

Sus tréboles están debajo del primer rosal rojo que planté allá fuera. Mi abuelo era carpintero. Vivían en un cuarto sin ascensor con vistas a un tiovivo lleno de caballos de colores y una taza que siempre estaba llena a rebosar de niñas con lacitos, una tienda de persianas a la izquierda, y un kiosko enfrente donde yo compraba los Don Mikey para mondarme de la risa cada vez que el Tio Gilito se tiraba de cabeza a su piscina de monedas. Recuerdo que me gustaba sentarme en la pequeña banqueta de madera que tenían en la terraza, arrancar las flores de los tréboles y verlas caer girando y girando sin parar al suelo del patio interior de la portera, mientras me reía ante el fingido enfado de mi abuela. Cuando la ingresaron en el hospital, me decía: "coge esa banqueta que te gusta tanto, la que está debajo de las flores y sientate a mi lado hija". Cuando se fue, entré en su terraza por última vez y salí por la puerta con las dos macetas. Desde que tenía 12 años hasta los veintisiete permanecieron ahí, siempre en mi ventana, saliendo año tras año. Cuando compré esta casa, los planté a los pies de mi rosal y ahora se ocupa la lluvía. No he vuelto a arrancar ninguna flor.

Ayer, fuí a un bar
lejos
muy lejos
¿sabes?
lejos hasta de mi,
y le pedí a un tipo que pusiera una de sus manos en mi cuello y con la otra me agarrara el culo.
Ahora- le dije- aprieta primero donde más te guste...

Sigo aquí

Siempre eligen la opción incorrecta,
sé que tiene la culpa mi sonrisa.

Y a pesar de todo,
esta mañana,
es decir,
hace tan sólo un rato,
no podía dejar de sentir
este poema,
como si fuera un epitafio





Me voy a comer a mordiscos una manzana en el jardín...