24 de septiembre de 2010

Flores para Fermina



- ¿Cómo escribe este hombre puedo leerte un trozo?.- le preguntó hipnotizada por las palabras de ese escritor que le hacía debatirse entre el placer y la rabia por saber a ciencia cierta que jamás lograría en toda su vida colocar una palabra tras otra de esa forma.

- Pues la verdad es que no, si no te importa...Quiero dormir. Apaga ya la luz.

- Bueno...- contestó ella mientras observaba extrañada como, a pesar de no haber movido un sólo músculo de su cuerpo, él se alejaba de ella, sin remedio. Y se recordó desnuda a penas unas horas antes, en un día lleno de furia y tristeza, con alguien distinto en otra casa distinta, en otra vida distinta. Ella, tenía las manos encima del teclado de su ordenador desde donde él orquestaba sus obras dotándolas de luz o restándolas de sus excesos. Sus uñas arañaban las teclas de plástico mientras él le agarraba del pelo obligándola a doblar su cuello. Se corrió en su espalda blanca, expectante, tatuada, erizada.

Antes la había desnudado despacio. Se había sentado en una silla y ella, orante le había saboreado mientras él le preguntaba si podía fumar, y se acariciba a si mismo a través de su garganta.

- Todo lo que hay en esta habitación es mío...incluido todo bicho viviente - le dijo mientras se alejaba riendo a buscar una toalla.

- ¿Hay algún bicho viviente aquí? - preguntó aun tumbada en el suelo del despacho, consciente de que él no podía escucharla.

Ella estaba paseando por las calles de la Cartajena colonial, el olor de los mangos impregnaba el aire. Tenía la barbilla apoyada en las páginas del libro como si éstas fueran una barandilla en la que descansar y observar otros mundos más amables que le narraban arrullándola...

La puerta del bar sonó, rescatándola del paso de una victoria con prisa que dejó un rastro de arena y polvo en el camino de tierra. La miró con sus ojos verdes sonrientes, y las páginas se cerraron al borde de un sólo beso. Observando su libro le dijo: lo leí hace años. Es increíble...

- Yo también, pero me apetecía volver a él.

Y recordó las palabras que sus ojos habían acariciado hacia a penas un momento, antes del sonido de la puerta, antes de sus ojos verdes:
"El amor es un ser dividido. El del alma vive de cintura para arriba, y de cintura para abajo habita...tan sólo el amor del cuerpo"

Ella se preguntó en silencio, si alguien podría vivir en un y sin un "tan sólo..." durante toda su vida.

- ¿Nos vamos?
- Si.


Cerca de Vilac, un pueblecito del Valle de Arán, hay un pequeño bosque lleno de musgos que abrazan todo a su paso. Paseando encontré ese ramo de flores abandonado en los huecos de un árbol al lado del río, como una cosa rara más de esas que sólo me pasan a mi.

Fermina Daza es la protagonista de Amor en Tiempos del Cólera. Del resto, creo, al igual que ella, todo parecido con la realidad es pura coincidencia, menos quizás las flores encontradas que quise regalarle mentalmente a ese personaje de libro que me ha salvado tantas veces de miles de naufragios.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Tu historia me ha recordado a la de otra persona, también con ojos verdes, sexo y libros. Me dejó una sensación de vacío. La tuya también. Me ha gustado.

Yo no creo que pudiera vivir sin un tan sólo. Tampoco que el amor tenga porque ser un ser dividido.

No me imagino mejor alfombra que el musgo que cubre la corteza de esos árboles. El toque del ramo de flores dota la escena de un toque gótico, casi fantasmal. Al menos para mí.

Un beso

Darío dijo...

Precioso. El ser dividido, sin duda. Me pasa, cuando de espaldas duermo con ella, y mi pasado atraviesa como una ráfaga. Me divido, me fragmento, soy mil partes.

Unknown dijo...

te sigo,

Feliz fin de semana.

Abrazos del Angel Rojo.