13 de enero de 2011

Raíces

En el pasillo hacía mucho frío, yo nunca hablo de esto, sólo lo recuerdo como algo que pasó, pero lo cierto es que hacía mucho frío, frío y un banquito de madera a la izquierda de una sala acristalada llena de probetas, y la cara asustada de mi hermana a la entrada hasta la raya donde decía: sólo pacientes. Me cansaba, llevaba tantos meses cansada que ya no me acordaba de como eran antes mis piernas, ni mis brazos, y si me daba un baño de esos interminables, donde yo pienso, y despienso y a veces hasta acierto, el fondo de la bañera se adornaba de moares con mechones desmayados y enteros de mi pelo.

Fue hace mucho, mucho tiempo, si es que el tiempo de veras importa algo, y no medirse según las risas que le salgan a uno directamente del centro de las tripas. Nos dieron un papel, ponía muchas cosas, la más bonita que puede, que podría ser que, en menos de cinco años debido a la radiación quizás leucemia, quizás ¿quién sabe nunca nada?. Sabía que no estaba sola, que el banquito estaba lleno, pero hasta que no leí todo el papel sólo escuché sus voces, firmé, era necesario, sí, y entonces lo plegué en dos mitades, y sólo entonces, miré a mi derecha. Una chica menuda me sonreía: "hola", "hola" - el hola más hola de mi vida, y en el estómago de las dos algo muy parecido a un puñado de gladiadores. Y entonces apareció, desde el fondo del pasillo, un ser venido de otro mundo, enfundado desde los pies a la cabeza con un traje de astronauta blanco que caminaba muy despacio, tan lento que parecía que nunca iba a llegar. Llevaba en la mano un ristra de botecitos de cristal con los nombres de cada una escrito con letra muy bonita, como de bote de mermelada o caligrafía de colegio, con una pastilla dentro azul oscuro, intenso, irremediable que, nos dijeron, había venido volando por los aires justo la noche antes desde una central nuclear Holandesa, como un inevitable ramillete de tulipanes cerúleo. La chica sentada a mi izquierda se levantó de un salto, y dijo: "yo, paso" y se marchó aliviada apretando el paso, creyendo que de verdad, con sólo sus pies, podía así huir de aquello.

Pasamos una a una a una sala blanca, sin ruidos, - abre la boca- y por un tubo de cristal resbalándose el azul que iba a inundarte la garganta. Yo sonreí, antes y después al ser venido del espacio, nunca pude ver su aspecto real, ni su tonalidad de verde, antenas, número de dedos de la mano, porque mi rostro se reflejaba en el casco redondo que le cubría la cabeza, ni supe jamás cual era su sexo, pero estoy completamente segura de que me devolvió con creces la sonrisa.

Si importa el tiempo, hace ya casi ocho años, de amistad con la chica del hola más bonito que he escuchado en toda mi vida. Hoy he ido a revisión, después, siempre, te entra complejo de Ford Mustang, y lo único que quieres escuchar son dos frases, que suelen ir juntas, como en un haikú, una de las más bonitas que se ha inventado nunca, ni siquiera podría superarla una biblioteca entera llena de todos los libros de poemas de Neruda: "Todo está bien. Vuelva, usted dentro de un año". Al lado del taller, vive ella, la llamé antes de Navidades por lo típico, y me dijo: "mi madre tiene un bulto en el pecho. Creo que no es bueno". Siempre me gusta llamar antes, los porteros automáticos son los seres cableados más indiscretos de este mundo, pero hoy no he podido, y hemos hablado en el salón, las tres. Su madre, también se llama Mayte, Mayte al cuadrado y yo hemos comentado que qué de niebla, que frío hoy con lo bonito que hizo ayer, y hemos reído mucho, siempre. Para Mayte, su madre no es una madre, sino que es todo lo demás, mucho, todo, el resto, lo que queda, todas las respuestas. La ha metido para dentro de la casa con un mama, ahora no te puedes constipar, y aquí hay mucha corriente. "Le tienen que quitar el pecho, entero. Estoy..." me ha dicho mientras se mordía el resto de las palabras contra los labios y las lágrimas contra las pestañas. Luego nos hemos mirado a los ojos, y ahí, hemos hablado un ratito más. En bata, apoyada contra el marco de la puerta, de repente me ha parecido un árbol, uno muy grande, enorme, aunque fuera de metro cincuenta, y cuarenta y poco kilos de peso, y he pensado en esa capacidad que tenemos a pesar de no poder, tan hermosa, de volvernos, robles, por amor.

Yo rezo, pues sí, no sé, no es malo, no afecta a la capa de ozono, ni al tráfico o a los anticiclones, no quita la sonrisa de la cara de los niños, ni hace sangrar o llorar a nadie, nunca, no es una guerra, ni un terremoto, ni algo, que no se pueda evitar, o que te venga por la espalda, así que rezo, a veces, y el próximo miércoles fijo que me pongo, sobre las once y media de la mañana, porque justo a esa hora a mi amiga Mayte, van a operarle, las raíces.


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