Zaratustra

Todos las noches un pequeño ratoncito de campo atraviesa corriendo mi terraza, a pesar de ubicarse en un tercer piso, corre con sus pequeñas patas por debajo del rodapiés de cemento hasta la basura y con sus patitas y sus dientes rompe la bolsa y come. Esta semana se me ha olvidado sacar la basura, en este país son muy civilizados y tan sólo la retiran un día a la semana, así que esta semana el ratoncito ha tenido dos bolsas de basura que roer...

Luego, se sale la comida, y como hay mucha humedad, mucho verde y mucha hoja y mucho todo, hay moscas de todo tipo sobrevolando las casas, que ponen sus huevos en la comida que el ratoncito ha derramado. Al día siguiente y como el agujero de la bolsa de basura es proporcional al minúsculo roedor, y siempre los perpetra por la retaguardia, aparecen unos pequeños gusanos blancos de mosca que  yo barro y tiro al jardín de abajo (creo en la reencarnación y paso mucho de cargarme a posta al suegro o tío de alguno de ustedes). Al día siguiente las moscas vuelven, el ratoncito vuelve, los agujeros vuelven,

la vida sigue y es bonita y sencilla como el delantal de mi abuela,

donde yo reposaba la cabeza mientras me rastrillaba el pelo con sus uñas.

Era el mejor lugar del mundo donde se podía estar...

Le gustaba la película Ben-Hur porque estaba enamorada de Charlton Heston, siempre decía que le hubiera gustado viajar a Jerusalén, su casa olía a todas horas a manzanas asadas al horno, tenía una cocina de carbón y siempre siempre siempre sonreía. Sólo se enfadaba conmigo cuando cogía las flores de sus tréboles plantados en macetas, porque yo las arrancaba y me encantaba mirar su rosa girar hasta el suelo de la terraza de la portería. Cuando murió hace 25 años, mi abuelo me dió su maceta de tréboles.

Ahora, aquí tan lejos, las miro en la terraza de mi casa
y ella

vuelve...